🚖Los hombres de la espera
Desde hace más de un siglo, cuando el tren empezó a detenerse en Bella Vista, ya había hombres esperando a los pasajeros para llevarlos a sus casas. Eran los cocheros, con sus carruajes tirados por caballos, quienes sabían llegar sin calles numeradas, guiados solo por el nombre de una quinta o el apellido de una familia.
Estos hombres estaban allí con sol, lluvia, frío o calor, de día y de noche, cumpliendo su tarea con constancia. Su trabajo, aunque similar al de hoy, se desarrollaba en condiciones muy diferentes, sin la comodidad ni la infraestructura actuales.
Los primeros vehículos eran carruajes de tracción a sangre, casi siempre breacks, diseñados para transportar personas. El cochero viajaba en un asiento delantero al aire libre, expuesto a las inclemencias del tiempo, sin más abrigo que su voluntad y, en los mejores casos, un toldo improvisado.
Vale la pena recordar a muchos de estos pioneros. Uno de los primeros fue un hombre de apellido Planes, quien ejerció el oficio hasta 1911. También se destacaron Julio y Miguel Chiappari, Gornate, Díaz, Juan Páez, Antonio Bautista Panizza, los hermanos Juan, Silvano y Lucio Cruz, y Luis Gil.
Algunos de ellos iniciaron verdaderas dinastías que continuaron incluso después de la llegada del automóvil. Entre ellos, Francisco Sassaroli y Don Ramón Serapio Ibarra, cuyos hijos y nietos continuaron prestando este servicio por generaciones.
En la crónica del centenario de Bella Vista, publicada por el profesor Eduardo Munzón en La Voz de General Sarmiento, se recuerda a Ramón Ibarra como el último cochero de plaza, quien trabajó hasta bien entrada la década del cuarenta. Estos eran los «hombres de la espera», porque dependían exclusivamente de la llegada del tren: sin teléfono, no había otra manera de recibir pedidos salvo los previamente acordados.
Poco antes del retiro de Don Ramón, comenzaron a aparecer los primeros taxis: algunos Ford T, a los que luego siguieron modelos Rugby, Chevrolet y Oldsmobile. Muchos de quienes hicieron la transición del carruaje al motor eran antiguos cocheros, como Antonio Mandolesi, quien en 1923 cambió su breack por un Ford, o Francisco Sassaroli, que lo hizo al año siguiente.
El servicio fue creciendo y otros nombres se sumaron: José y Félix Robao, Vicente Wilberger, Domingo y Francisco Sforza, Carlos Bihurriet, Fernández, Mandolesi, Thiago Bihurret, Pascual y Juan Racchia, Francisco Sala, Venancio Mesa, y Godoy, entre otros pioneros de los vehiculos a motor.
Como todo oficio, tuvo altibajos. Las dificultades económicas afectaban la capacidad de los vecinos para pagar el transporte. Aun así, muchos continuaron, y el oficio se heredaba de padres a hijos. Así ocurrió con los Ibarra, Sforza, Bihurret y Sassaroli.
Aldo Ibarra, por ejemplo, se sumó al oficio en 1955, cuando su padre enfermó. Hasta ese momento era empleado del Banco Nación, pero la necesidad lo llevó a asumir también el rol de taxista. Su padre había ganado uno de los codiciados Mercedes Benz 170 sorteados por el gobierno, que si bien no era oficialista, lo benefició. Aún debía pagarlo con un préstamo, y fue durante esa convalecencia que Aldo lo reemplazó. Luego trabajaron juntos: Ramón durante el día, Aldo por la noche, salvo los viernes y sábados, cuando el más joven salía.
Ese no fue el primer coche de los Ibarra. Todo comenzó con el breack de Don Ramón Serapio, quien mantuvo su puesto hasta su muerte en 1944, en la tradicional esquina de Moine, 20 de Junio y las vías del tren. Desde su casa en Entre Ríos y Pardo,donde tenía su pequeña quinta, su cochera, su familia y los mismos ombúes que aún hoy siguen en pie, llegaba todos los días a cumplir con su labor.
Muchos podrían preguntarse por qué seguía trabajando hasta la década del 40, si ya en los años 20 había automóviles. La respuesta es clara para quienes vivieron esa época: la falta de pavimento en gran parte de Bella Vista hacía indispensable el uso del coche en muchas ocasiones. Basta con imaginar el estado de calles como Entre Ríos, San Martín y tantas otras durante los días de lluvia. En esos momentos, más que nunca, el coche y el esfuerzo del cochero eran fundamentales.
La dureza del oficio no los detenía. Desde el pescante, soportaban el frío y el agua, y algunos se ingeniaban para construirse un toldo y buscar algo de resguardo. Pero eso no desanimaba a hombres como Ibarra, que había sido cochero de la familia Quirno en la estancia La Luz (Pardo y Gaboto), hasta que decidió independizarse. Ese día, Norberto Quirno le regaló un coche, tres caballos y una suma de dinero para que pudiera trabajar por su cuenta.
La estación de Bella Vista y sus alrededores eran muy distintos en aquellos años. Poco estaba edificado, y casi nada de lo que existía entonces se conserva hoy, especialmente del lado por donde los trenes se dirigían a Buenos Aires.
La llegada de los motores y el teléfono
Según cuentan protagonistas como Carlos Bihurret y Aldo Ibarra, en la década del 30 comenzaron a instalarse formalmente los primeros autos en la parada. Los taxis se ubicaban en la cuadra de la calle 20 de Junio, junto a la estación, aunque también había vehículos del otro lado, sobre la doble mano de Riccheri.
Desde allí ofrecían todo tipo de servicios. El barro era parte del paisaje habitual del pueblo y una razón frecuente para llamar a un taxi. Pero además, pocas familias tenían automóvil propio. Algunas, como las hermanas Saavedra Zelaya, sí los poseían, aunque el personal que trabajaba con ellas era transportado habitualmente por taxistas.
Muchas otras familias mantenían una relación casi exclusiva con algunos choferes. Tal fue el caso de Juan Racchia, requerido constantemente por las casas de los Victorica o los Gallardo. Aunque tenían movilidad propia, las familias numerosas y sus necesidades múltiples requerían también de los taxis.
💛 Hoy, 7 de mayo y día del Taxista saludamos a quienes siguen este oficio, con nuevas herramientas, pero el mismo espíritu de siempre: estar al servicio, con esfuerzo, paciencia y calle.
Con información de: «Historia del Partido de General Sarmiento» Eduardo Ismael Munzón
Imagen Ilustrativa Archivo General de la Nación