El Padre Cantoni

Cuando llegó a Bella Vista, cerca de 1960, la calle Sourdeaux todavia no estaba pavimentada. Las casas, las veredas, los autos (con un transito mucho menor al actual), tenían un aspecto que dista bastante del que se observa hoy. Chacabuco, su pueblo, todavía estaba en su memoria, en cada viento fuerte, en cada grito de los vendedores ambulantes que por entonces poblaban el mercado callejero. La comunidad lo recibía con cierta curiosidad, había que ver «Qué tal era el nuevo curita», cómo se iba a comportar frente a una localidad con indiosincracia relacionada fuertemente con lo religioso. Oscar Federico Cantoni era, por entonces, un joven cura ordenado en 1957  del Seminario Mayor San Jose de La Plata. 

El tiempo se encargó luego de que la Parroquia San Francisco Solano lo convirtiera en «el Padre Cantoni», el encargado de la homilía dominical bellavistense, el confesor de una feligresía cada vez más numerosa.

«Lo ideal es que un párroco se quede por mucho tiempo en el lugar que el obispo le destinó, es fundamental para completar la obra que Dios le ha encargado», comenta mientras recuerda con agrado sus primeros días en Bella Vista.

El peluquero Oscar, el Padre Cantoni, la enfermedad de su padre y una dificultosa situación económica familiar hicieron que nuestro párroco, que por cuya cabeza pasaba cualquier cosa menos la idea del seminario, saliera a trabajar desde la adolescencia. Fue así como, entre otras actividades, Cantoni se dedicó al corte de pelo durante diez años. Los habitantes de Chacabuco acudían gustosos a la peluquería del que años más tarde tuviera la facultad de perdonarles los pecados.

«En el descubrimiento de mi vocación tuvo mucho que ver el testimonio del Padre Agustín Elizalde y la Providencia Divina. Ese párroco le había dado a mi familia hogar y trabajo, nos había alojado en el salón parroquial de Santa Juana de Arco, en la localidad de Ciudadela. Mi madre y mi hermana se encargaban de cuidar el salón y la parroquia. Toda esta generosidad por parte de la Providencia me hizo reflexionar, allí sentí el llamado de Dios. Fue entonces cuando decidí meterme en el seminario, sitio en el que estuve 11 años, porque allí hice la secundaria», señala.

Una de las actividades más estresantes que tiene un sacerdote es la confesión. Las horas dentro del confesionario, la atención y la dirección espiritual de cada alma, pueden producir agotamiento en el presbítero. Para Cantoni, en cambio, es un placer, algo que me gratifica. Creo que es una vocación especial, Dios me ha elegido para eso. Puedo estar horas dentro del confesionario sin cansarme. Me gusta mucho, me encanta atender las almas en la confesión. Lo mismo me pasa con la visita a los enfermos.

Prudencia y humildad: dos virtudes de un párroco Bella Vista es un pueblo que posee un espíritu medianamente heterogéneo, la religión es un valor arraigado con firmeza en el seno de su comunidad. Sin embargo, siempre existen diferencias en la manera de encarar la religiosidad, no todos los caminos son iguales. Y aquí aparece una de las virtudes fundamentales del  «El cura de Bella «Vista». Cantoni ha sabido conciliar, con obediencia al Sumo Pontifice, las diferentes espiritualidades que enriquecen a la Iglesia Católica. Creo que esto tiene que ver con mi personalidad, con mi manera de ser. Nunca me incliné por los extremos. Siempre quise ser fiel a las normas de la Iglesia, a lo que manda el Santo Padre», explica con naturalidad.

A los 73 años Oscar Federico Cantoni sigue siendo el mismo que llegó desde el seminario de La Plata; quizá su aspecto físico haya cambiado algo. Las calles son distintas, el asfalto cubre la avenida Sourdeaux y los vendedores ambulantes han disminuido hasta lindar con la extinción. Pero el espíritu bellavistense -creemos- está intacto. Y su párroco tiene que ver con esto.

 

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  1. Pbro. Oscar Federico Cantoni 

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